03 octubre, 2009

La funcionalidad de la centroizquierda a la democracia

Muchos cosas han pasado en la discusión política argentina en el marco del debate de las últimas dos legislaciones: los “superpoderes” y la “ley de medios”. Casi siempre, el “debate” fue decodificado, en la opinión pública, en los siguientes términos: el oficialismo imponiendo por la fuerza las decisiones, la oposición por derecha llamando al consenso como forma de presentarse como la defensora de la república y la centroizquierda siendo funcional al gobierno. Ahora bien, cómo podemos entender rápidamente las tres posiciones, y sobre todo la última que nos interesa particularmente.
El kirchnerismo es, desde su inicio, expresión de un vacío de poder resultado de la crisis del 2001 y, por tanto, conformado bajo un liderazgo fuerte y verticalista. En un primer momento, su debilidad fue compensada con la alineación con un sector progresista de banderas heredadas de la década anterior. Conforme se reestructuraba la histórica base de poder del peronismo, dicha transversalidad fue mutando a la “normalidad” de ese partido, CGT y territorio. Así devino la Concertación y ruptura. Sobre esa base difícilmente pueda converger a lo que se le critica desde la oposición, “dialogo y consenso”; por ahora, aceptando el significado que ellos le dan.

Ahora bien, la oposición, concluidas las elecciones del pasado 28 de junio, construyó su discurso sobre la base de una supuesta debilidad oficialista. A su vez, sobre la creencia de que su victoria se debía al agotamiento de las formas políticas del kirchnerismo –sobre lo cual nosotros tenemos otra lectura-, apostó a marcar los tiempos de la agenda parlamentaria de manera de lograr realizar su programa político, aun antes del cambio de mandato. Sin embargo, el oficialismo, aunque sea hasta aquí, ha mostrado una importante capacidad para utilizar banderas históricas (la lucha por los derechos humanos, una nueva ley de radiodifusión, independencia del poder judicial, etc) le son ajenas, con el fin de estructurar a su alrededor mayorías que le conservan la iniciativa. Frente a ese escenario adverso e insospechado para ellos, la oposición ha mostrado que lo que significan las palabras “consenso” y “democracia”, no es tan distinto a aquello que entiende el oficialismo: es consensual cuando yo lo impongo pero si es el contrario es atropello. Claramente, el oficialismo no es el sumum de la pulcritud institucional, y la oposición ha mostrado que tampoco le importan mucho esas cuestiones:
Caso 1: la decisión de retirarse de la sesión de diputados de la “ley de medios” en lugar de dar la pelea en el recinto, lugar donde el consenso y el debate deben darse, es un claro ejemplo. A su vez, si observamos que de haber permanecido hubieran contado con los números suficientes para modificar artículos que criticaron, el desprecio por las formas se conjuga con una miopía importante.
Caso 2: frente al rumor de que el Vicepresidente del Senado enviaría el proyecto a sólo 2 comisiones, se señalaba el atropello y la falta de debate. Sin embargo, cuando se termina enviando a 4 comisiones -en línea con las demandas de la oposición- se toma como debilidad del kirchnerismo. ¿Acaso no se trataba de la necesidad de esa apertura para permitir un debate enriquecedor? Si es así, deberían celebrar el logro político para alcanzar sus objetivos respecto a la ley, no como pancarta política para desacreditar al gobierno.
Caso 3: la gran mayoría de las excusas para no dar el debate respecto a las diferentes leyes fue, con intensidad creciente, la falta de legitimidad de la actual conformación del Congreso. Aunque es discutible el argumento, de ninguna manera puede ser esgrimido por partidos que, en el gobierno, envían similares leyes a sus parlamentos en igualdad de condiciones, como el PRO en la Ciudad de Buenos Aires. En el mismo sentido no puede culparse de tal problema al inconsensuado adelantamiento de elecciones ya que Macri realizó la misma operación.
Lo patético de la oposición de derecha es que ni siquiera en las temáticas relacionadas a sus críticas al gobierno pueden mantener la apariencia de ser democráticas, republicanas como se intentan mostrar. Allí estará quizá la imposibilidad de arrebatarle la iniciativa al oficialismo a pesar de haber derrotado a Kirchner.
En tercer lugar, nos encontramos a la centroizquierda. ¿Cómo podemos analizar su participación en los debates? ¿Por qué razón se “someten” al gobierno? Ante la realidad de que no tiene el número suficiente de legisladores para marcar la agenda, la centroizquierda reconoce su rol de espectador y -en virtud de la fragmentación del peronismo- árbitro de las decisiones legislativas. De allí, de su incidencia en el quórum y la aprobación de las leyes, que desde diversos sectores se lo catalogue como “funcional”. Sin embargo, la centroizquierda actúa de manera coherente con lo que significa “consenso” y es respetuosa de los acuerdos programáticos que los vieron nacer como fuerzas políticas:
Caso 1: enfrentados a la decisión de si la oposición en ascenso debe tener la potestad de determinar los impuestos a la exportación, la izquierda da el debate y niega esa posibilidad.
Caso 2: al momento de la votación respecto a la “ley de medios”, bandera importante de las organizaciones de base que conforman tales espacios, estas agrupaciones políticas discuten los aspectos negativos de una legislación que, consideran, va en el sentido correcto. De allí su negativa inicial. Sin embargo, se logran mejoras evidentes y, en el marco de aquellas banderas y la eliminación de las aristas más problemáticas, se vota afirmativamente como paso, quizá pequeño, para mejorar la legislación vigente.
Como vemos, la coherencia programática tiene su costo. Cuando, en vista de esos acuerdos, agrupaciones enteras dan quórum y votan a favor de la legislación sin importarles quién redacto el proyecto, son denostados como traidores al mandato que recibieron o directamente de haber sido comprados. Fuera de la descalificación personal, que en ningún momento o lugar sirven para nada, una democracia es inviable si los proyectos “buenos” son aquellos redactados por personas cercanas a nuestra posición y no por las transformaciones que logran o permiten.
Como otra expresión del desconcierto sobre como deben funcionar las instituciones que todos dicen intentar construir, los periodistas se preguntan sobre la desaparición de los partidos políticos. La pregunta no debería ser esa sino, ¿cómo no van a desaparecer si se condena que los legisladores como bloque, en respeto de los acuerdos políticos propios, voten en mismo sentido?
Caso 1: cuando los legisladores del Frente para la Victoria votan afirmativamente y en conjunto, en consonancia con la plataforma 2007, que sostenía explícitamente buscar una nueva ley de medios, los medios y la oposición por derecha afirma que son presionados por diversos métodos –y todos poco claros- por Kirchner.
Caso 2: cuando el vicepresidente, en total desprecio de esa misma plataforma por la que alcanzó esa posición, vota en contra de su propio gobierno, es un triunfo de la conciencia de los legisladores y de la democracia. ¿Es que no estaba de acuerdo con su propia plataforma?
Caso 3: como las expresiones de Carrió sosteniendo que su Coalición defendería cualquier monopolio contra los Kirchner. Recordemos que en sus plataformas siempre sostienen lo importante de la desconcentración económica, al tiempo que en 2007 también sostenía la necesidad de aplicar retenciones.
La desarticulación de los partidos políticos, la ausencia de verdadero debate entre oposición y oficialismo, las maneras poco democráticas de los políticos y su desconocimiento absoluto de los acuerdos partidarios y con la ciudadanía son todos expresión de la ausencia, en cada agrupación política a su manera, de un proyecto de país.
Asimismo, el papel de la centroizquierda es, creemos, destacable por la coherencia en relación a un proyecto, que puede uno compartir o no, construido por debate interno con las bases de su militancia. Frente a él, los representantes actuaron como bloque en relación con sus compromisos asumidos. Así, ante un proyecto de ley, que evidentemente el oficialismo solo presenta por oportunismo y con todos los vicios que le son propios, que es un avance respecto a los objetivos programáticos, sorteadas las principales cuestiones negativas, no puede más que votar positivamente.
Sólo cuando los partidos posean proyecto de país consensuados al interior y con sus bases de militancia, cuando enfrentados a instancias políticas respeten tales acuerdos como bloque (y en caso contrario sean corregidos por sus bases) podremos decir que hay democracia. Sólo allí podremos utilizar correctamente la palabra “consenso” y podremos dejar de llenarnos la boca buscando pactos que no pueden ser si no hay proyectos detrás sobre los que discutir.

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